159 años de Arthur Conan Doyle. 6 fragmentos de sus obras.
Innecesario presentar a Arthur Conan Doyle a estas alturas. Hoy 22 de mayo celebramos su 159 cumpleaños. Solo recordaré un poquito que Conan Doyle fue un médico y afamado escritor británico, escocés en concreto. Creador del inimitable detective Sherlock Holmes, abandonó la medicina para centrarse en su faceta de escritor. Además, escribió también muchas obras como relatos de ciencia ficción, novela histórica, poesía y teatro.
De todas ellas, pero sobre todo de Holmes, se han hecho innumerables versiones cinematográficas con muchas caras para el detective clásico más famoso habido y por haber. Va este recuerdo con 6 fragmentos de sus obras Estudio en escarlata, El signo de los cuatro, Escándalo en Bohemia, El perro de los Baskerville, Estrella de playa y La aventura del detective agonizante.
Estudio en escarlata
Holmes no era un hombre de vida desordenada; modesto en su manera de ser, regular en sus costumbres, rara vez se acostaba después de las diez de la noche, al levantarme, había salido ya de casa después de haber tomado su desayuno. El día lo pasaba entre el laboratorio químico y la sala de disección, y algunas veces se daba largos paseos, casi siempre por las afueras de la población. No puede formarse una idea de su actividad cuando estaba en uno de esos períodos de excitación. Transcurría algún tiempo, venía la reacción, y entonces días enteros, desde que amanecía hasta que anochecía, se los pasaba tumbado sobre un canapé, inmóvil y sin articular palabra. Sus ojos tomaban una expresión tan vaga y soñadora, que cualquiera le hubiera tomado por un imbécil o por un loco si su sobriedad característica y la perfecta moralidad de su vida no hubieran sido una constante protesta semejante suposición.
El signo de los cuatro
Sherlock Holmes tomó el frasco de la esquina de la repisa de la chimenea y sacó su jeringuilla hipodérmica de su fino estuche de tafilete. Insertó la delicada aguja con sus dedos largos, blancos y nerviosos, y se remangó la manga izquierda de la camisa. Durante breves instantes, sus ojos se posaron pensativos en el musculoso antebrazo y en la muñeca, cubiertos ambos de puntitos y cicatrices de las innumerables punciones. Por último, clavó en la carne la punta afilada, presionó hacia abajo el minúsculo émbolo y se dejó caer hacia atrás, hundiéndose en el sillón forrado de terciopelo y exhalando un largo suspiro de satisfacción.
Escándalo en Bohemia
Para Sherlock Holmes ella es siempre «la mujer». Rara vez le he oído mencionarla con otro nombre. A sus ojos eclipsa a la totalidad de su sexo y la supera. Y no es que sintiera hacia Irene Adler un sentimiento semejante al amor. Todos los sentimientos, y este en particular, parecían abominables a su mente fría, precisa, admirablemente equilibrada. Le considero la máquina razonadora y observadora más perfecta que ha conocido el mundo, pero como amante no hubiera sabido desenvolverse. Nunca hablaba de las pasiones más tiernas, salvo con sarcasmo y desprecio. Eran elementos valiosísimos para el observador, excelentes para descorrer el velo que cubre las motivaciones y acciones humanas. Pero para el avezado pensador admitir semejantes intrusiones en su delicado y bien ajustado temperamento suponía introducir un factor de distracción capaz de generar dudas en todas las conclusiones de su mente.
El perro de los Baskerville
—Watson, de veras se está usted superando a sí mismo —dijo Holmes, mientras empujaba su silla hacia atrás y encendía un cigarrillo—. Debo confesar que, en todas las ocasiones en las que ha reseñado usted mis pequeños éxitos, subestima su propia habi lidad. Tal vez no sea particularmente brillante, pero abre camino a la brillantez de los demás. Hay personas que, sin ser ellas mismas geniales, poseen un extraordinario poder para estimular la genialidad. Confieso, querido amigo, que estoy en deuda con usted.
Estrella de plata
—Es éste uno de los casos en que el razonador debe ejercitar su destreza en tamizar los hechos conocidos en busca de detalles, más bien que en descubrir hechos nuevos. Ha sido ésta una tragedia tan fuera de lo corriente, tan completa y de tanta importancia, personal para muchísima gente, que nos vemos sufriendo de plétora de inferencias, conjeturas e hipótesis. Lo difícil aquí es desprender el esqueleto de los hechos…, de los hechos absolutos e indiscutibles…, de todo lo que no son sino arrequives de teorizantes y de reporteros. Acto continuo, bien afirmados sobre esta sólida base, nuestra obligación consiste en ver qué consecuencias se pueden sacar y cuáles son los puntos especiales que constituyen el eje de todo el misterio.
La aventura del detective agonizante
La señora Hudson, la patrona de Sherlock Holmes, tenía una larga experiencia de sufrimiento. No sólo encontraba invadido su primer piso a todas horas por bandadas de personajes extraños y a menudo indeseables, sino que su notable huésped mostraba una excentricidad y una irregularidad de vida que sin duda debía poner duramente a prueba su paciencia. Su increíble desorden, su afición a la música a hora extrañas, su ocasional entrenamiento con el revólver en la habitación, sus descabellados y a menudo malolientes experimentos científicos, y la atmósfera de violencia y peligro que le envolvía, hacían de él el peor inquilino de Londres. En cambio, su pago era principesco. No me cabe duda de que podría haber comprado la casa por el precio que Holmes pagó por sus habitaciones en los años que estuve con él.
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