La Literatura, la perversidad y la corrección política.
Vivimos en la época de lo políticamente correcto. Nadie debería sorprenderse por una afirmación tan obvia, pero a veces no viene mal recordarlo. Aunque en nuestro país hace mucho que, al menos en teoría, tenemos libertad de expresión, existe una suerte de censura social que por sutil, sibilina, y bienintencionada, es igual o peor que su abuela. A fin de cuentas, antes se veía venir a los censores, y se podía actuar al respecto; pero en la actualidad la corrección política es un lobo con piel de oveja, de tal manera que aquellos que se salen de lo aceptable están condenado al ostracismo y el linchamiento público.
Esta situación, aunque afecta a todos los artistas, es especialmente preocupante en el caso de los escritores, cuya herramienta de trabajo son las palabras. Muchos de ellos deben sufrir a diario que la masa social critique lo que dicen, y cómo lo dicen, e incluso se les llega a juzgar e insultar por lo que no dicen. Este último detalle, en apariencia sin importancia, es muy significativo. Demuestra que la gente ha olvidado que el arte no existe con el objetivo de ser “correcto” —para eso ya tenemos nuestra hipocresía social diaria—, sino para ensalzar tanto la belleza, como el horror de la condición humana.
La perversidad
No obstante, tan seguro como que existe mi alma, creo que la perversidad es uno de los primitivos impulsos del corazón humano, una de esas indivisibles primeras facultades o sentimientos que dirigen el carácter del hombre… ¿Quién no se ha sorprendido numerosas veces cometiendo una acción necia o vil, por la única razón de que sabía que no debía cometerla? ¿No tenemos una constante inclinación, pese a lo excelente de nuestro juicio, a violar lo que es la ley, simplemente porque comprendemos que es la ‘Ley’?
Edgar Allan Poe, “El gato negro.”
Hay un capítulo de Los Simpsons en el que un personaje pregunta: ¿os imagináis un mundo sin abogados? Acto seguido, visualiza en su mente a todas las naciones del planeta viviendo en paz y armonía. Es un buen chiste. Todo el mundo se ríe.
Por desgracia, vivimos en un mundo con abogados, e ignorar ese hecho es un ejercicio tan inútil como optimista. Y por abogados me refiero metafóricamente a todos los horrores y calamidades posibles. Desde aquí, pido disculpas a quien le hayan ofendido mis palabras, y tenga ganas de señalarme en Twitter que no debería haber insultado a dicho gremio. Lo siento, la próxima vez contaré un chiste de escritores. Creo que algunos ya habéis entendido por dónde voy.
En esta realidad que nos ha tocado vivir no sólo hay luces, sino también sombras, y el hecho de que queramos ignorarlas no las hará desaparecer. Dentro del corazón de todo ser humano yace un pozo de oscuridad, violencia y egoísmo irracional. La Literatura, como reflejo de este corazón del hombre, no está exenta de tinieblas, pues el mal es el germen del conflicto, y el conflicto es el alma de toda gran historia.
Es posible edulcorar los relatos, e intentar hacerlos inocuos, como les ha sucedido a multitud de cuentos populares. Pero esto, en última instancia, no hará sino convertirlos en historias insípidas, e incluso deshumanizadas. Del horror se aprende y, por mucho que a algunos adultos les cueste aceptarlo, hasta los niños saben distinguir la ficción de la realidad.
La corrección política
Maldito sea el escritor llano y vulgar que, sin pretender otra cosa que ensalzar las opiniones de moda, renuncia a la energía que ha recibido de la naturaleza, para no ofrecernos más que el incienso que quema con agrado a los pies del partido que domina. […] Lo que yo quiero es que el escritor sea un hombre de genio, cualesquiera que puedan ser sus costumbres y su carácter, porque no es con él con quien deseo vivir, sino con sus obras, y lo único que necesito es que haya verdad en lo que me procura; lo demás es para la sociedad, y hace mucho tiempo que se sabe que el hombre de sociedad raramente es un buen escritor. […] Está tan de moda pretender juzgar las costumbres de un escritor por sus escritos; esta falsa concepción encuentra hoy tantos partidarios, que casi nadie se atreve a poner a prueba una idea osada.
Marqués de Sade, “La estima que se debe a los escritores.”
No son sólo los lectores los que censuran de forma más o menos consciente. Por desgracia, hoy día los propios escritores se autocensuran, ya sea por miedo a expresarse con libertad, o lo que es aún peor, esperando que sus obras sean más “amables” para el gran público. Se da sobre todo, aunque no exclusivamente, entre escritores noveles por temor a ser malentendidos o a labrarse una mala reputación. Y también, por qué no decirlo, entre aquellos que quieren aumentar sus ventas.
Esto nace muchas veces de un error muy extendido: identificar al autor con su obra o alguno de los personajes que aparecen en ella. Por ejemplo, que el protagonista de una novela asesine a una mujer no tiene por qué implicar que el escritor quiera hacerlo. Se está limitando a señalar una realidad que, querámoslo o no, existe, y puede dar pie a un relato en el que el detective de turno deba desenmascarar al asesino. De la misma manera, que un personaje tenga alguna parafilia llamativa, como un fetiche por los pies, no implica que el escritor la comparta. A fin de cuentas, escribimos de lo que nos gusta porque nos fascina, pero lo que nos desagrada también tiene un atractivo propio que puede inspirarnos.
En resumen, me gustaría animar a todos los escritores que están ahí afuera, devanándose los sesos con sus manuscritos, a que no repriman su creatividad; pues es la historia la que elige al escritor, no al revés. Y de todas formas, cualquier cosa que escribas va a ofender a alguien.
“Puedo describir un hacha entrando en un cráneo humano con grandes y explícitos detalles y nadie pestañeará. Ofrezco una descripción similar, con el mismo detalle, de un pene entrando en una vagina, y recibo cartas sobre ello y la gente dice palabrotas. A mi parecer esto es frustrante, una locura. Básicamente, en la historia del mundo penes entrando en vaginas han dado placer a mucha gente; hachas entrando en cráneos, bueno, no tanto.”
George R. R. Martin.
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