Sor Juana Inés de la Cruz. Aniversario de su nacimiento. 4 sonetos
Sor Juana Inés de la Cruz nació un día como hoy en en San Miguel Nepantla, un pueblo de México, en 1651, aunque en otras fuentes aparece 1648. Es considerada una de las escritoras mexicanas más reconocidas del siglo XVII. Y su condición de monja, lejos de ser producto de la devoción o la llamada divina, estuvo relacionada con su deseo de seguir cultivando sus aficiones y capacidades intelectuales. Este es un recuerdo a su figura y obra de la que destaco 4 de sus sonetos.
Sor Juana Inés de la Cruz
Dicen que a los tres años ya sabía leer y escribir. Esto la llevó a tener mucha relación con los más altos cargos de la corte del Virreinato de España. Pero a los 16 años ingresó en las carmelitas descalzas de México y más tarde en la Orden de San Jerónimo, donde permaneció siempre. Tuvo el apoyo y mecenazgo de varias virreinas a quienes les dedicó muchas de sus poesías.
En su obra literaria cultivó la lírica, que abarca la mayor parte de ella, el auto sacramental, el teatro y la prosa. Su estilo recuerda y entronca con nombres como el de Góngora, Lope de Vega o Quevedo. Al fin y al cabo pertenecen todos al Siglo de Oro. Pero sor Juana destacó por querer elevar el papel de la mujer de su época más allá de estar relegado al hogar y la familia.
Obra
- Dramática: La segunda Celestina, Los empeños de una casa, Amor es más laberinto
- Autos sacramentales: El divino Narciso, El cetro de José El mártir del sacramento
- Prosa: Neptuno alegórico, Carta atenagórica, Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, Protesta de la fe, loas y villancicos
4 sonetos destacados
Procura desmentir los elogios
Éste que ves, engaño colorido,
que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;
éste en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido:
es un vano artificio del cuidado;
es una flor al viento delicada;
es un resguardo inútil para el hado;
es una necia diligencia errada;
es un afán caduco, y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.
***
De una reflexión cuerda
Con el dolor de la mortal herida,
de un agravio de amor me lamentaba,
y por ver si la muerte se llegaba
procuraba que fuese más crecida.
Toda en el mal el alma divertida,
pena por pena su dolor sumaba,
y en cada circunstancia ponderaba
que sobraban mil muertes a una vida.
Y cuando, al golpe de uno y otro tiro
rendido el corazón, daba penoso
señas de dar el último suspiro,
no sé con qué destino prodigioso
volví a mi acuerdo y dije: ¿qué me admiro?
¿Quién en amor ha sido más dichoso?
***
Que consuela a un celoso
Amor empieza por desasosiego,
solicitud, ardores y desvelos;
crece con riesgos, lances y recelos;
susténtase de llantos y de ruego.
Doctrínanle tibiezas y despego,
conserva el ser entre engañosos velos,
hasta que con agravios o con celos
apaga con sus lágrimas su fuego.
Su principio, su medio y fin es éste:
¿pues por qué, Alcino, sientes el desvío
de Celia, que otro tiempo bien te quiso?
¿Qué razón hay de que dolor te cueste?
Pues no te engañó amor, Alcino mío,
sino que llegó el término preciso.
***
De amor puesto antes en sujeto indigno
Cuando mi error y tu vileza veo,
contemplo, Silvio, de mi amor errado,
cuán grave es la malicia del pecado,
cuán violenta la fuerza de un deseo.
A mi misma memoria apenas creo
que pudiese caber en mi cuidado
la última línea de lo despreciado,
el término final de un mal empleo.
Yo bien quisiera, cuando llego a verte,
viendo mi infame amor poder negarlo;
mas luego la razón justa me advierte
que sólo me remedia en publicarlo;
porque del gran delito de quererte
sólo es bastante pena confesarlo.
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