Joan Margarit gana el Premio Cervantes. 4 poemas

 

Fotografía: Página web de Joan Margarit.

Joan Margarit acaba de ganar el Premio Cervantes 2019. El galardón literario más importante en lengua castellana, dotado con 125.000 euros, ha ido a manos de este poeta catalán que ha cultivado su obra en las dos lenguas, como abanderado de una conjunción cultural más allá de cualquier ideología. Estos son 4 de sus poemas para conocerlo, leerlo o redescubrirlo.

Joan Margarit

Joan Margarit i Consarnau nació en Sanahuja, Lérida, el 11 de mayo de 1938. Es poeta, arquitecto y catedrático ya jubilado de la Universidad Politécnica de Barcelona. Como poeta empezó publicando en castellano allá por los años 60 con Cantos para la coral de un hombre solo. Y no volvió a hacerlo hasta diez años más tarde con Crónica. Unos años después comenzó a publicar en catalán. Es él mismo el traductor de su obra al castellano, aunque también escribe indistintamente en uno u otro. El año pasado publicó sus memorias: Para tener casa hay que ganar la guerra.

En 2008 Joan Margarit fue Premio Nacional de Poesía y también Premio Nacional de Literatura de la Generalidad de Cataluña. Y en 2013 también ganó el premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval, de México. Este Premio Cervantes pone cumbre a su carrera, que es también la de uno de los poetas contemporáneos más leídos en español.

Una antología para leerlo es la de Todos los poemas (1975-2015). Yo he escogido estos cuatro.

4 poemas

Las cuatro de la madrugada

Aúlla el primer perro, y enseguida
hay un eco en un patio, otros resuenan
a la vez en un único ladrido,
bronco y sin ritmo alguno.
Ladran, con sus hocicos hacia el cielo.
¿De dónde venís, perros? ¿Qué mañana
evocan los ladridos de la noche?
Oigo como ladráis al sueño de mi hija
desde el jergón, rodeados de excrementos
con los que señaláis un territorio
de callejones, patios, descampados.
Tal como vengo haciendo
con mis poemas, desde donde aúllo
y marco el territorio de la muerte.

La carta

Mirabas siempre hacia adelante
como si allí estuviese el mar. Creabas
de esta manera un movimiento de olas
ajeno y mítico en alguna playa.
Nos unía la fuerza peligrosa
que da al amor la soledad.
Aún hace temblar entre mis dedos,
de forma imperceptible este papel.
Camino abandonado entre tú y yo,
cubierto por las cartas, hojas muertas.
Pero sé que el camino persiste.
Si abandono la mano sobre el pequeño fajo,
la siento descansar sobre tu espalda.
Solías escuchar hacia adelante
como si allí estuviese el mar, ya transformado
en una voz cansada, ronca y cálida.
Poco nos une aún: sólo el temblor
de este papel tan fino entre los dedos.

La espera

Te están echando en falta tantas cosas.
Así llenan los días
instantes hechos de esperar tus manos,
de echar de menos tus pequeñas manos,
que cogieron las mías tantas veces.
Hemos de acostumbramos a tu ausencia.
Ya ha pasado un verano sin tus ojos
y el mar también habrá de acostumbrarse.
Tu calle, aún durante mucho tiempo,
esperará, delante de tu puerta,
con paciencia, tus pasos.
No se cansará nunca de esperar:
nadie sabe esperar como una calle.
Y a mí me colma esta voluntad
de que me toques y de que me mires,
de que me digas qué hago con mi vida,
mientras los días van, con lluvia o cielo azul,
organizando ya la soledad.

Faros en la noche

Intento seducirte en el pasado.
Las manos al volante y esta luz
de club nocturno del tablier me dejan
-fantasía invernal- bailar contigo.
Detrás de mí, igual que un gran camión,
el mañana hace ráfagas de luces.
No lo conduce nadie y me adelanta,
pero ahora tú y yo viajamos juntos
y el coche puede ser el dos caballos
de los años sesenta hacia París.
«Je ne regrette rien» canta Edith Piaf.
Bajo la ventanilla, entra la noche
fria de la autopista, y el pasado
se aproxima de cara, velozmente:
cruza y me ciega sin bajar las luces.



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