Giacomo Leopardi. Aniversario de su nacimiento. Selección de poemas

Giacomo Leopardi fue un poeta italiano que nació un día como hoy en Recanati, en 1798. Fue también ensayista y en su obra en general tiene el tono romántico y melancólico de la época que vivió. De familia noble, fue educado muy rígidamente, pero la gran biblioteca de su padre le permitió adquirir muchos conocimientos y cultura. Entre sus títulos destacan Al pie del monumento de Dante o sus Cantos. Esta es una selección de ellos.

Giacomo Leopardi — Cantos

Canto XII

Amé siempre esta colina,
y el cerco que me impide ver
más allá del horizonte.
Mirando a lo lejos los espacios ilimitados,
los sobrehumanos silencios y su profunda quietud,
me encuentro con mis pensamientos,
y mi corazón no se asusta.
Escucho los silbidos del viento sobre los campos,
y en medio del infinito silencio tanteo mi voz:
me subyuga lo eterno, las estaciones muertas,
la realidad presente y todos sus sonidos.
Así, a través de esta inmensidad se ahoga mi pensamiento:
y naufrago dulcemente en este mar.

Canto XIV

Oh tú, graciosa luna, bien recuerdo
que sobre esta colina, ahora hace un año,
angustiado venía a contemplarte:
y tú te alzabas sobre aquel boscaje
como ahora, que todo lo iluminas.
Mas trémulo y nublado por el llanto
que asomaba a mis párpados, tu rostro
se ofrecía a mis ojos, pues doliente
era mi vida: y aún lo es, no cambia,
oh mi luna querida. Y aún me alegra
el recordar y el renovar el tiempo
de mi dolor. ¡Oh, qué dichoso es
en la edad juvenil, cuando aún tan larga
es la esperanza y breve la memoria,
el recordar las cosas ya pasadas,
aun tristes, y aunque duren las fatigas!

Canto XXVIII

Reposarás por siempre,
cansado corazón! Murió el engaño
que eterno imaginé. Murió. Y advierto
que en mí, de lisonjeras ilusiones
con la esperanza, aun el anhelo ha muerto.
Para siempre reposa;
basta de palpitar. No existe cosa
digna de tus latidos; ni la tierra
un suspiro merece: afán y tedio
es la vida, no más, y fango el mundo.
Cálmate, y desespera
la última vez: a nuestra raza el Hado
sólo otorgó el morir. Por tanto, altivo,
desdeña tu existencia y la Natura
y la potencia dura
que con oculto modo
sobre la ruina universal impera,
y la infinita vanidad del todo.

Canto XXXV

Lejos del propio ramo,
pobre boja delicada,
¿adónde vas? Del haya
allá donde nací, me arrancó el viento.
Él, retornando, al vuelo
del bosque a la campiña,
del valle a la montaña me conduce.
Con él, perpetuamente,
voy peregrina, y lo demás ignoro.
Voy donde todo va,
donde naturalmente
va la hoja de rosa
y la hoja del laurel.

Canto XXXVI

Cuando muchacho vine
a entrar en disciplina con las Musas.
Una de ellas cogióme de la mano
y durante aquel día
en torno me condujo
para ver su oficina.
Me mostró uno por uno
los útiles del arte,
y el distinto servicio
a que cada uno de ellos
se emplea en el trabajo
de la prosa y el verso.
Yo lo miraba, y dije:
«Musa, ¿y la lima?» Y contestó la diosa:
«La lima se gastó; ya no la usamos».
Y yo: «Mas rehacerla
es preciso, ya que es tan necesaria » .
Y contestó: «Así es, mas falta tiempo».

Canto XXXVIII

Aquí, vagando del umbral en torno,
la lluvia y la tormenta invoco en vano,
para que la retenga en mi morada.

Bramaba el huracán en la floresta
y el trueno retumbaba entre las nubes,
antes que el alba iluminase el cielo.

¡Oh amadas nubes, cielo, tierra, plantas!,
parte mi amor: piedad, si en este mundo
piedad existe para un triste amante.

¡Despierta, torbellino, y trata ahora
de envolverme, oh turbión, hasta el momento
que en otra tierra el sol renueve el día!

Se aclara el cielo, cesa el viento, duermen
las hojas y la yerba, y, deslumbrado,
de llanto el crudo sol llena mis ojos.



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