Gabriela Mistral. 2 poemas en el aniversario de su fallecimiento
Gabriela Mistral, la poeta chilena más reconocida y premio Nobel de Literatura en 1945, fallecía un día como hoy de 1957 en Nueva York. Comprometida no solo con su obra, sino con su labor social de difusión de la cultura y por su lucha por la justicia social y los derechos humanos. En su memoria recuerdo dos de sus poemas, Besos y La mujer fuerte.
Gabriela Mistral
Su verdadero nombre era Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, pero fue conocida por su seudónimo, que le inspiró la obra de Gabriel D’Annunzio y Fréderic Mistral.
Fue maestra rural y colabora en publicaciones literarias y sus primeros escritos aparecieron a principios del siglo XX en publicaciones locales. Escribió también para la revista Elegancias, que dirigía Rubén Darío. Es entonces también cuando gana el Premio Nacional de Poesía de Chile.
Mistral viajó por muchos países como México, Estados Unidos, Suiza, Italia o España, donde fue cónsul de Chile en Madrid a principios de los años 30. Ese periodo como embajadora la llevará a Portugal, Francia o Brasil, entre otros lugares. Su obra está traducida a más de 20 idiomas. Algunos títulos son Desolación, Lectura para mujeres, Ternura, Los sonetos de la muerte y otros poemas elegíacos, Tala o Lagar.
2 poemas
La mujer fuerte
Me acuerdo de tu rostro que se fijó en mis días,
mujer de saya azul y de tostada frente,
que en mi niñez y sobre mi tierra de ambrosía
vi abrir el surco negro en un abril ardiente.
Alzaba en la taberna, honda, la copa impura
el que te apegó un hijo al pecho de azucena,
y bajo ese recuerdo, que te era quemadura,
caía la simiente de tu mano, serena.
Segar te vi en enero los trigos de tu hijo,
y sin comprender tuve en ti los ojos fijos,
agrandados al par, de maravilla y llanto.
Y el lodo de tus pies todavía besara,
porque entre cien mundanas no he encontrado tu cara
¡y aun te sigo en los surcos la sombra con mi canto!
***
Besos
Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.
Hay besos silenciosos, besos nobles
hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las almas
hay besos por prohibidos, verdaderos.
Hay besos que calcinan y que hieren,
hay besos que arrebatan los sentidos,
hay besos misteriosos que han dejado
mil sueños errantes y perdidos.
Hay besos problemáticos que encierran
una clave que nadie ha descifrado,
hay besos que engendran la tragedia
cuantas rosas en broche han deshojado.
Hay besos perfumados, besos tibios
que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan huellas
como un campo de sol entre dos hielos.
Hay besos que parecen azucenas
por sublimes, ingenuos y por puros,
hay besos traicioneros y cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.
Judas besa a Jesús y deja impresa
en su rostro de Dios, la felonía,
mientras la Magdalena con sus besos
fortifica piadosa su agonía.
Desde entonces en los besos palpita
el amor, la traición y los dolores,
en las bodas humanas se parecen
a la brisa que juega con las flores.
Hay besos que producen desvaríos
de amorosa pasión ardiente y loca,
tú los conoces bien son besos míos
inventados por mí, para tu boca.
Besos de llama que en rastro impreso
llevan los surcos de un amor vedado,
besos de tempestad, salvajes besos
que solo nuestros labios han probado.
¿Te acuerdas del primero…? Indefinible;
cubrió tu faz de cárdenos sonrojos
y en los espasmos de emoción terrible,
llenáronse de lágrimas tus ojos.
¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso
te vi celoso imaginando agravios,
te suspendí en mis brazos… vibró un beso,
y qué viste después…? Sangre en mis labios.
Yo te enseñé a besar: los besos fríos
son de impasible corazón de roca,
yo te enseñé a besar con besos míos
inventados por mí, para tu boca.
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