El sí de las niñas

Leandro Fernández de Moratín.

Leandro Fernández de Moratín.

El sí de las niñas es la comedia teatral más importante del neoclasicismo español. Por ende, representa el montaje sobre las tablas más exitoso de toda la península ibérica durante el siglo XIX. Esta pieza fue estrenada el 24 de enero de 1806 en Madrid. En total, los cálculos estiman la asistencia de unos 37.000 espectadores a lo largo de siete semanas ininterrumpidas en el Teatro La Cruz.

Junto con el impresionante rendimiento en la taquilla, el título también se convirtió en un fenómeno editorial. Tanto así, que un año antes de su estreno, ya circulaban al menos dos ediciones. Asimismo, en 1806 se imprimieron varios juegos adicionales de copias tanto en España y en naciones como Francia e Italia. Esto permitió a varias compañías adelantar sus propios montajes. De hecho, se hizo, incluso, sin notificar al autor.

Leandro Fernández de Moratín: la mente maestra

Leandro Fernández de Moratín es uno de los más influyentes dramaturgos españoles de los últimos siglos y una figura referencial dentro de la Ilustración castellana. Nació en Madrid el 10 de marzo de 1760, en el seno de una familia noble de Asturias. Además, su padre fue el poeta Nicolás Fernández de Moratín. Esto representó un estímulo cardinal para adentrarse en el mundo de las letras.

Durante su niñez y adolescencia, el frágil estado de salud de Leandro lo transformó en un ser sumamente tímido y retraído. Por ello, los libros se convirtieron en su refugio y en su ventana para conocer el mundo. Eventualmente, sus propios escritos se transformaron en el camino mostrarse y celebrar su existencia ante el mundo.

El comediógrafo del neoclasicismo español

Destacado poeta y relator de viajes, Fernández de Moratín encontró en la dramaturgia su medio de expresión predilecto. El autor optó por la comedia, un subgénero bastante arriesgado para ese momento. Y sí, hablamos de tiempos cercanos cronológicamente con el fin del Siglo de Oro español. Adicionalmente, el período clásico había copado los escenarios con piezas (en su gran mayoría) dramáticas.

El humor como recurso reflexivo

Gracias a su originalidad y determinación, el dramaturgo madrileño pasó a la historia como el autor de las piezas más representativas de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Del mismo modo, se atrevió a teorizar sobre la importancia de hacer reflexionar al público a través de la risa.

Por otra parte, Fernández de Moratín demostró una predilección por los actos sencillos y cotidianos. Porque —según su opinión— más allá de resultar entretenidos y divertidos, dejan lecciones para analizar y aprender. Al igual que muchos dramaturgos de épocas predecesoras, él entendió al teatro como un espectáculo con función educativa y moralizante.

La simplicidad en escena

El dramaturgo aplicó a la perfección los postulados teatrales neurálgicos de la Ilustración: simplicidad y unidad, ante todo. En donde la diégesis y el transcurrir de las horas “reales” son similares, dentro de un tiempo concreto. Por consiguiente, las elipsis o los intervalos tienen lugar durante los cambios de escena.

Es decir, todas las acciones ocurren en un único espacio. Los diálogos y las acciones se superponen los decorados y a los efectos especiales. Allí, sus personajes responden (o buscan responder) a los designios de la razón. Por lo tanto, se desestima cualquier enfoque supersticioso (sinónimo de ignorancia para el autor) o enteramente religioso.

El sí de las niñas, una obra controversial y adelantada a su tiempo

El sí de las niñas.

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Todos los rasgos de estilo descritos en los dos párrafos anteriores son observables en El sí de las niñas. En consecuencia, parte de los estamentos más conservadores de la sociedad madrileña manifestaron malestar por las ideas expresadas por los personajes de esta pieza. Aunque, cuando fue estrenada no había rey en España ni tiempo para censurar una obra que apaciguaba las masas.

La prohibición

En 1815 fue derrotado el ejército invasor de Napoleón y Fernando VII recuperó su trono. Entonces, la inquisición fijó sus ojos en los escritos de Fernández de Moratín. El resultado: la prohibición de sus piezas más emblemáticas: El sí de las niñas y La mojigata. Ambas, a pesar de no oponerse abiertamente a los dogmas católicos, sí cuestionaban el poder de la familia sobre los jóvenes.

El amor verdadero

Específicamente, El sí de las niñas alza la voz en contra del hábito de casar a las jóvenes con hombres mayores, sobreponiendo intereses económicos. Este problema es criticado entre líneas se critica por la cantidad de uniones infelices y matrimonios disfuncionales. Así como por la falta de descendencia por tratarse de caballeros sin la capacidad física de procrear.

El amor verdadero, según el modo de pensar de las familias más tradicionales retratadas en la trama, no es más que una tontería. En otras palabras, una fantasía infantil inútil e impráctica en el mundo real. Para más inri —del sector eclesiástico—, Fernández de Moratín señala al clero como copartícipe moral de esta aberración.

La trama

Don Diego es un acaudalado caballero de 59 años, quien se ha enamorado de Doña Francisca, una doncella de apenas 17 primaveras. En medio de un arranque pasional, pide a la madre de la joven, Doña Irene, que le permita casarse con su hija. Esta propuesta le parece fantástica la progenitora, una viuda con tres matrimonios a cuestas y 21 embarazos abortados.

Evidentemente, en aquel tiempo ese tipo de matrimonios significaban asegurar el futuro de toda una familia. Pero Doña Francisca está enamorada de otro hombre: Don Carlos (sobrino de su prometido). No obstante, ni ella ni su enamorado se atreven a contravenir los deseos de los mayores. Conformemente, se resignan a seguir adelante con sus vidas destinadas a la infelicidad y al sufrimiento.

El sí de las niñas: el triunfo del amor y de la razón

Frase de Leandro Fernández de Moratín.

Frase de Leandro Fernández de Moratín.

Escrita en prosa y con diálogos cortos y precisos —salvo en momentos de algunas exposiciones extensas necesarias— la obra deja una moraleja bastante clara. La misma indica: cuando la razón se impone a la pasión, la felicidad está garantizada para todos los involucrados. Incluso en formas insospechadas.

Basada en esta premisa, el resultado final permite el triunfo del amor al mejor estilo de los cuentos de hadas “… y vivieron felices para siempre”. Si bien Fernández de Moratín expresa que para poder alcanzar estas resoluciones “maduras”, es necesario pensar con la mente y no con el corazón.



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