Poemas de Juan Ramón Jiménez
Como figura dentro de la literatura y la poesía hispanoamericana, Juan Ramón Jiménez pertenece a la Generación del 14 —o Novecentismo—; sin embargo, por su estética, es posible abrigarlo bajo el Modernismo. Al mismo tiempo, se trata de un poeta que trasciende a los literatos de su propia época, por lo que conviene estudiarlo fuera de las mismas directrices con la que se examinan las obras de ese periodo de tiempo.
Además, Juan Ramón Jiménez fue parte de la Generación del 27, marcando un camino para la transformación poética y la imposición de la poesía pura en España. Es en la primera década del siglo XX donde el autor realizó sus primeras colaboraciones como escritor para revistas, al tiempo que publica sus primeros libros. Jiménez obtuvo el Premio Nobel de Literatura gracias a un conjunto de obras entre las que se encuentra la lírica en prosa Platero y yo.
Breve biografía de Juan Ramón Jiménez
Juan Ramón Jiménez nació en 1881, en Moguer, Huelva, España. Fue un poeta y escritor español. En su adolescencia se trasladó a Sevilla para ser pintor; no obstante, tiempo después cambió el caballete por la pluma, y se dedicó de lleno a las letras. Alrededor del 1900, murió su padre, y toda su familia se vio asediada por deudas bancarias. Este hecho marcó profundamente al autor, quien tuvo que ser ingresado en una clínica psiquiátrica para tratar su depresión.
Es precisamente en esta época donde nacen libros como Platero y yo, donde recoge poemas en prosa que narran la historia de días pasados, los cuales recorrió en compañía de su fiel asno. Otras obras pertenecientes a estos años fueron Jardines lejanos y La soledad sonora. De igual manera, Juan Ramón escribió libros de amor, donde contó sus aventuras junto a mujeres lugareñas, foráneas, solteras, e, incluso, monjas, actividad que se perpetuó hasta su enlace matrimonial con Zenobia Camprubí.
Mejores poemas de Juan Ramón Jiménez
“Criatura afortunada”
Cantando vas, riendo por el agua,
por el aire silbando vas, riendo,
en ronda azul y oro, plata y verde,
dichoso de pasar y repasar
entre el rojo primer brotar de abril,
¡forma distinta, de instantáneas
igualdades de luz, vida, color,
con nosotros, orillas inflamadas!
¡Qué alegre eres tú, ser,
con qué alegría universal eterna!
¡Rompes feliz el ondear del aire,
bogas contrario al ondular del agua!
¿No tienes que comer ni que dormir?
¿Toda la primavera es tu lugar?
¿Lo verde todo, lo azul todo,
lo floreciente todo es tuyo?
¡No hay temor en tu gloria;
tu destino es volver, volver, volver,
en ronda plata y verde, azul y oro,
por una eternidad de eternidades!
Nos das la mano, en un momento
de afinidad posible, de amor súbito,
de concesión radiante;
y, a tu contacto cálido,
en loca vibración de carne y alma,
nos encendemos de armonía,
nos olvidamos, nuevos, de lo mismo,
lucimos, un instante, alegres de oro.
¡Parece que también vamos a ser
perennes como tú,
que vamos a volar del mar al monte,
que vamos a saltar del cielo al mar,
que vamos a volver, volver, volver
por una eternidad de eternidades!
¡Y cantamos, reímos por el aire,
por el agua reímos y silbamos!
¡Pero tú no te tienes que olvidar,
tú eres presencia casual perpetua,
eres la criatura afortunada,
el mágico ser solo, el ser insombre,
el adorado por calor y gracia,
el libre, el embriagante robador,
que, en ronda azul y oro, plata y verde,
riendo vas, silbando por el aire,
por el agua cantando vas, riendo!
“A mi alma”
Siempre tienes la rama preparada
para la rosa justa; andas alerta
siempre, el oído cálido en la puerta
de tu cuerpo, a la flecha inesperada.
Una onda no pasa de la nada,
que no se lleve de tu sombra abierta
la luz mejor. De noche, estás despierta
en tu estrella, a la vida desvelada.
Signo indeleble pones en las cosas.
luego, tornada gloria de las cumbres,
revivirás en todo lo que sellas.
Tu rosa será norma de las rosas;
tu oír, de la armonía; de las lumbres
tu pensar; tu velar, de las estrellas.
“Desnudos”
Nacía, gris, la luna, y Beethoven lloraba,
bajo la mano blanca, en el piano de ella…
En la estancia sin luz, ella, mientras tocaba,
morena de la luna, era tres veces bella.
Teníamos los dos desangradas las flores
del corazón, y si acaso llorábamos sin vernos…
Cada nota encendía una herida de amores…
—…El dulce piano intentaba comprendernos—.
Por el balcón abierto a brumas estrelladas,
venía un viento triste de mundos invisibles…
Ella me preguntaba de cosas ignoradas
y yo le respondía de cosas imposibles…
“Yo no soy yo”
Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo,
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces olvido.
El que calle, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
“La transparencia, Dios, la transparencia”
Dios del venir, te siento entre mis manos,
aquí estás enredado conmigo, en lucha hermosa
de amor, lo mismo
que un fuego con su aire.
No eres mi redentor, ni eres mi ejemplo,
ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano;
eres igual y uno, eres distinto y todo;
eres dios de lo hermoso conseguido,
conciencia mía de lo hermoso.
Yo nada tengo que purgar.
Toda mi impedimenta
no es sino fundación para este hoy
en que, al fin, te deseo;
porque estás ya a mi lado
en mi eléctrica zona,
como está en el amor, el amor lleno.
Tú, esencia, eres conciencia; mi conciencia
y la de otros, la de todos
con la forma suma de conciencia;
que la esencia es lo sumo,
es la forma suprema conseguible,
y tu esencia está en mí, como mi forma.
Todos mis moldes, llenos
estuvieron de ti; pero tú, ahora,
no tienes molde, estás sin molde; eres la gracia
que no admite sostén,
que no admite corona,
que corona y sostiene siendo ingrave.
Eres la gracia libre,
la gloria del gustar, la eterna simpatía,
el gozo del temblor, la luminaria
del clariver, el fondo del amor,
el horizonte que no quita nada;
la transparencia, Dios la transparencia,
el uno al fin, Dios ahora sólito en el uno mío,
en el mundo que yo por ti y para ti he creado
“El viaje definitivo”
… Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará nostálgico…
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.
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