Miguel Hernández: poemas que deberías leer y recordar

Miguel Hernández

Miguel Hernández es uno de los poetas más famosos de la literatura española y jamás deberíamos olvidarnos de él y del legado que nos dejó en las poesías de su autoría. Pero, de Miguel Hernández, ¿qué poemas conoces?

A continuación te vamos a dar algunos ejemplos de los mejores poemas del autor nacido en 1910 en Orihuela, y fallecido, con tan solo 31 años, en la prisión de Alicante.

Nanas de la cebolla

Miguel Hernandez

Fuente: La verdad

La cebolla es escarcha

cerrada y pobre:

escarcha de tus días

y de mis noches.

Hambre y cebolla:

hielo negro y escarcha

grande y redonda.

En la cuna del hambre

mi niño estaba.

Con sangre de cebolla

se amamantaba.

Pero tu sangre

escarchaba de azúcar,

cebolla y hambre.

Una mujer morena,

resuelta en luna,

se derrama hilo a hilo

sobre la cuna.

Ríete, niño,

que te tragas la luna

cuando es preciso.

Alondra de mi casa,

ríete mucho.

Es tu risa en los ojos

la luz del mundo.

Ríete tanto

que en el alma, al oírte,

bata el espacio.

Tu risa me hace libre,

me pone alas.

Soledades me quita,

cárcel me arranca.

Boca que vuela,

corazón que en tus labios

relampaguea.

Es tu risa la espada

más victoriosa.

Vencedor de las flores

y las alondras.

Rival del sol,

porvenir de mis huesos

y de mi amor.

La carne aleteante,

súbito el párpado,

y el niño como nunca

coloreado.

¡Cuánto jilguero

se remonta, aletea,

desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño.

Nunca despiertes.

Triste llevo la boca.

Ríete siempre.

Siempre en la cuna,

defendiendo la risa

pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,

tan extendido,

que tu carne parece

cielo cernido.

¡Si yo pudiera

remontarme al origen

de tu carrera!

Al octavo mes ríes

con cinco azahares.

Con cinco diminutas

ferocidades.

Con cinco dientes

como cinco jazmines

adolescentes.

Frontera de los besos

serán mañana,

cuando en la dentadura

sientas un arma.

Sientas un fuego

correr dientes abajo

buscando el centro.

Vuela niño en la doble

luna del pecho.

Él, triste de cebolla.

Tú, satisfecho.

No te derrumbes.

No sepas lo que pasa

ni lo que ocurre.

Llamo a la juventud (de los poemas de Miguel Hernández más conocido)

Los quince y los dieciocho,

los dieciocho y los veinte…

Me voy a cumplir los años

al fuego que me requiere,

y si resuena mi hora

antes de los doce meses,

los cumpliré bajo tierra.

Yo trato que de mí queden

una memoria de sol

y un sonido de valiente.

Si cada boca de España,

de su juventud, pusiese

estas palabras, mordiéndolas,

en lo mejor de sus dientes:

si la juventud de España,

de un impulso solo y verde,

alzara su gallardía,

sus músculos extendiese

contra los desenfrenados

que apropiarse España quieren,

sería el mar arrojando

a la arena muda siempre

varios caballos de estiércol

de sus pueblos transparentes,

con un brazo inacabable

de perpetua espuma fuerte.

Si el Cid volviera a clavar

aquellos huesos que aún hieren

el polvo y el pensamiento,

aquel cerro de su frente,

aquel trueno de su alma

y aquella espada indeleble,

sin rival, sobre su sombra

de entrelazados laureles:

al mirar lo que de España

los alemanes pretenden,

los italianos procuran,

los moros, los portugueses,

que han grabado en nuestro cielo

constelaciones crueles

de crímenes empapados

en una sangre inocente,

subiera en su airado potro

y en su cólera celeste

a derribar trimotores

como quien derriba mieses.

Bajo una zarpa de lluvia,

y un racimo de relente,

y un ejército de sol,

campan los cuerpos rebeldes

de los españoles dignos

que al yugo no se someten,

y la claridad los sigue,

y los robles los refieren.

Entre graves camilleros

hay heridos que se mueren

con el rostro rodeado

de tan diáfanos ponientes,

que son auroras sembradas

alrededor de sus sienes.

Parecen plata dormida

y oro en reposo parecen.

Llegaron a las trincheras

y dijeron firmemente:

¡Aquí echaremos raíces

antes que nadie nos eche!

Y la muerte se sintió

orgullosa de tenerles.

Pero en los negros rincones,

en los más negros, se tienden

a llorar por los caídos

madres que les dieron leche,

hermanas que los lavaron,

novias que han sido de nieve

y que se han vuelto de luto

y que se han vuelto de fiebre;

desconcertadas viudas,

desparramadas mujeres,

cartas y fotografías

que los expresan fielmente,

donde los ojos se rompen

de tanto ver y no verles,

de tanta lágrima muda,

de tanta hermosura ausente.

Juventud solar de España:

que pase el tiempo y se quede

con un murmullo de huesos

heroicos en su corriente.

Echa tus huesos al campo,

echar las fuerzas que tienes

a las cordilleras foscas

y al olivo del aceite.

Reluce por los collados,

y apaga la mala gente,

y atrévete con el plomo,

y el hombro y la pierna extiende.

Sangre que no se desborda,

juventud que no se atreve,

ni es sangre, ni es juventud,

ni relucen, ni florecen.

Cuerpos que nacen vencidos,

vencidos y grises mueren:

vienen con la edad de un siglo,

y son viejos cuando vienen.

La juventud siempre empuja

la juventud siempre vence,

y la salvación de España

de su juventud depende.

La muerte junto al fusil,

antes que se nos destierre,

antes que se nos escupa,

antes que se nos afrente

y antes que entre las cenizas

que de nuestro pueblo queden,

arrastrados sin remedio

gritemos amargamente:

¡Ay España de mi vida,

ay España de mi muerte!

imagen de Miguel Hernandez

Fuente: RTVE

Besarse, mujer

Besarse, mujer,

al sol, es besarnos

en toda la vida.

Ascienden los labios

eléctricamente

vibrantes los rayos,

con todo el fulgor

de un sol entre cuatro.

Besarse a la luna,

mujer, es besarnos

en toda la muerte.

Descienden los labios

con toda la luna

pidiendo su ocaso,

gastada y helada

y en cuatro pedazos.

Para la libertad

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.

Para la libertad, mis ojos y mis manos,

como un árbol carnal, generoso y cautivo,

doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones

que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,

y entro en los hospitales, y entro en los algodones

como en las azucenas.

Para la libertad me desprendo a balazos

de los que han revolcado su estatua por el lodo.

Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,

de mi casa, de todo.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,

ella pondrá dos piedras de futura mirada

y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan

en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño

reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.

Porque soy como el árbol talado, que retoño:

porque aún tengo la vida.

Elegía, de los mejores poemas de Miguel Hernández

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se

me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,

con quien tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas,

compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas

y órganos mi dolor sin instrumento,

a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado,

que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,

lloro mi desventura y sus conjuntos

y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,

y sin calor de nadie y sin consuelo

voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta

de piedras, rayos y hachas estridentes

sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,

quiero apartar la tierra parte a parte

a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte

y besarte la noble calavera

y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:

por los altos andamios de las flores

pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.

Volverás al arrullo de las rejas

de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,

y tu sangre se irán a cada lado

disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,

llama a un campo de almendras espumosas

mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.

Miguel Hernandez leyendo

Fuente foto de Miguel Hernández leyendo poemas: The Objective

Me sobra el corazón

Hoy estoy sin saber yo no sé cómo,

hoy estoy para penas solamente,

hoy no tengo amistad,

hoy sólo tengo ansias

de arrancarme de cuajo el corazón

y ponerlo debajo de un zapato.

Hoy reverdece aquella espina seca,

hoy es día de llantos de mi reino,

hoy descarga en mi pecho el desaliento

plomo desalentado.

No puedo con mi estrella.

Y busco la muerte por las manos

mirando con cariño las navajas,

y recuerdo aquel hacha compañera,

y pienso en los más altos campanarios

para un salto mortal serenamente.

Si no fuera ¿por qué?… no sé por qué,

mi corazón escribiría una postrera carta,

una carta que llevo allí metida,

haría un tintero de mi corazón,

una fuente de sílabas, de adioses y regalos,

y ahí te quedas, al mundo le diría.

Yo nací en mala luna.

Tengo la pena de una sola pena

que vale más que toda la alegría.

Un amor me ha dejado con los brazos caídos

y no puedo tenderlos hacia más.

¿No veis mi boca qué desengañada,

qué inconformes mis ojos?

Cuanto más me contemplo más me aflijo:

cortar este dolor ¿con qué tijeras?

Ayer, mañana, hoy

padeciendo por todo

mi corazón, pecera melancólica,

penal de ruiseñores moribundos.

Me sobra corazón.

Hoy, descorazonarme,

yo el más corazonado de los hombres,

y por el más, también el más amargo.

No sé por qué, no sé por qué ni cómo

me perdono la vida cada día.

¿Qué poemas de Miguel Hernández te gustan a ti?



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