Reinaldo Arenas. Aniversario de su nacimiento. Poemas

Reinaldo Arenas nació un día como hoy

Reinaldo Arenas, escritor y disidente cubano, nació un día como hoy de 1943. Para recordarlo hoy traemos esta selección de poemas de su obra, de la que destaca su novela autobiográfica Antes de que anochezca,  escrita mientras estaba preso, que se llevó al cine en el año 2000 e interpretó Javier Bardem.

Reinaldo Arenas

Arenas nació en Aguas Claras, en una familia humilde y campesina, y en su adolescencia se unió a la revolución liderada por Fidel Castro y el Che Guevara.

Su primera y última novela editada en Cuba con apenas 19 años se tituló Celestino antes del alba, porque que el resto de su obra se publicó en el extranjero. En los años sesenta fue víctima de las medidas del Gobierno cubano contra los homosexuales. Pero fue en los setenta cuando huyó después de que lo acusaran de abuso sexual y arrestaran y, al poco, se le detuvo de nuevo y encarceló en la prisión de El Morro.

Todo lo contó en Antes que anochezca. Pero hubo otras obras como El palacio de las blanquísimas mofetas, El central , Termina el desfile, Arturo, la estrella más brillante, El color del verano y El asalto.

Reinaldo Arenas — Selección de poemas

Sonetos desde el infierno

Todo lo que pudo ser, aunque haya sido,
jamás ha sido como fue soñado.
El dios de la miseria se ha encargado
de darle a la realidad otro sentido.

Otro sentido, nunca presentido,
cubre hasta el deseo realizado;
de modo que el placer aun disfrutado
jamás podrá igualar al inventado.

Cuando tu sueño se haya realizado
(difícil, muy difícil cometido)
no habrá la sensación de haber triunfado

más bien queda en el cerebro fatigado
la oscura intuición de haber vivido
bajo perenne estafa sometido.

No, música tenaz

¡No, música tenaz, me hables del cielo!,
donde es obligación cavar la tierra.
No creo que exista tal consuelo
donde sólo es vivir perenne guerra.

Pues quien del horror ya corrió el velo
sabe que sólo horror el mundo encierra.
Inútil es tu canto, ardor y celo:
oigo la última puerta que se cierra.

Y es tanto el estupor de ese chasquido
que la voz más audaz ya se resiente
a su ruido seco, su mortal estruendo,

y hasta el más musical de los sonidos
ante tal algarabía de batientes
su rumor también va enmudeciendo.

Última luna

Por qué esta sensación de ir a buscarte
hacia donde por mucho que vuele
no he de hallarte.
Qué terror sin tiempo ahora me impele
a por sobre tanto terror siempre evocarte.
No ha de encontrar sosiego nuestra pena
(que hallarlo sería comenzar otra condena)
y por lo mismo jamás cesaré de contemplarte.
Luna, una vez más aquí estoy detenido
en la encrucijada de múltiples espantos.
El pasado es todo lo perdido
y si del presente me levanto
es para ver que estoy herido
(y de muerte)
porque ya el futuro lo he vivido.
Ésa, indiscutiblemente, ésa es la suerte
que por venir del infierno arrostro.
Extraña amante,
sólo me queda contemplar tu rostro
(que es el mío)
porque tú y yo somos un río
que recorre un páramo incesante,
circular e infinito:
un solo grito.

De modo que Cervantes era manco

De modo que Cervantes era manco;
sordo, Beethoven; Villon, ladrón;
Góngora de tan loco andaba en zanco.
¿Y Proust? Desde luego, maricón.

Negrero, sí, fue Don Nicolás Tanco,
y Virginia se suprimió de un zambullón,
Lautrémont murió aterido en algún banco.
Ay de mí, también Shakespeare era maricón.

También Leonardo y Federico García,
Whitman, Miguel Ángel y Petronio,
Gide, Genet y Visconti, las fatales.

Ésta es, señores, la breve biografía
(¡vaya, olvidé mencionar a san Antonio!)
de quienes son del arte sólidos puntuales.

Tú y yo estamos condenados

Tú y yo estamos condenados
por la ira de un sseñor que no da el rostro
a danzar sobre un paraje calcinado
o a escondernos en el culo de algún monstruo.

Tú y yo siempre prisioneros
de aquella maldición desconocida.
Sin vivr, luchando por la vida.
Sin cabeza, poniéndonos sombrero.

Vagabundos sin tiempo y sin espacio,
una noche incesante nos envuelve,
nos enreda los pies, nos entorpece.

Caminamos soñando un gran palacio
y el sol su imagen rota nos devuelve
transformada en prisión que nos guarece.

No es el muerto quien provoca

No es el muerto quien provoca el estupor
es la sorpresa de ver cómo olvidamos
su propia muerte, nuestro gran dolor.
Queda el muerto, nosotros nos marchamos.

No es el muerto, no, quien se retira.
Somos nosotros que vamos discutiendo,
sobre el cadáver que mudo nos mira,
la posibilidad de seguir sobreviviendo.

Cuando en la memoria al muerto divisamos
(juegos del tiempo, macabro escandiador)
no es pues al muerto a quien estamos viendo:

Somos nosotros que tétricos quedamos
al ver cómo miramos sin horror
al que en el gran horror se va pudriendo.



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