Platero y yo
Platero y yo es una de las piezas líricas más emblemáticas escritas en español. Obra de José Ramón Jiménez, son 138 capítulos cuya trama gira en torno a las aventuras de un joven campesino andaluz en compañía de un burro simpático y elocuente. Sus versos describen sentimientos, paisajes, vivencias y comportamientos propios de la sociedad rural española de principios del siglo XX.
Aunque muchos lo toman como una autobiografía —y, en efecto, el texto contiene algunas experiencias propias—, Jiménez aclaró varias veces que no se trata de un diario personal “ficcionado”. Más la emoción evidente y reafirmada por el autor es el amor manifestado hacia su tierra natal.
El autor
Juan Ramón Jiménez es uno de los escritores ibéricos más destacados de la primera mitad del siglo XX. Nació en Moguer, provincia de Huelva, España, el 23 de diciembre de 1881. Allí cursó estudios de educación básica y secundaria. Luego se trasladó a Puerto de Santa María, en Cádiz, donde obtuvo el título de Bachiller en Artes en el colegio San Luis Gonzaga.
Juventud y primeras publicaciones
Por imposición paterna estudió Derecho en la Universidad de Sevilla, pero desertó antes de concluir la carrera. En la capital de Andalucía, durante el último lustro del siglo XIX, creyó encontrar su vocación artística en la pintura. Si bien fue una ocupación apasionante para, pronto entendió que su verdadero potencial se encontraba en las letras.
Por ende, redirigió rápidamente sus esfuerzos y empezó a cultivar poesía en varios periódicos de Sevilla y Huelva. Con la entrada de la década de 1900, se trasladó a Madrid, ciudad en donde consiguió publicar sus dos primeros libros: Ninfeas y Almas de Violeta.
La depresión
Su irrupción dentro de los círculos literarios españoles supuso el inicio de una brillante carrera, coronada con la obtención de un Premio Nobel de Literatura en 1956. Sin embargo, sus primeros pasos hacia la gloria también estuvieron marcados por una lucha constante contra la depresión. Esta enfermedad lo acompañó por el resto de sus días… y finalmente lo condujo a la tumba en 1958.
La muerte de su padre en 1901 desencadenó la primera de muchas batallas contra esta terrible aflicción. Estuvo un tiempo internado en sanatorios, primero en Burdeos y luego en Madrid. El fallecimiento de su esposa en 1956 fue la estocada final. El deceso de su compañera ocurrió apenas tres días después de publicarse la noticia del reconocimiento de su trayectoria de parte de la Academia Sueca.
Respecto a esto, Javier Andrés García manifiesta lo siguiente en su tesis doctoral de la UMU (2017, España):
«A partir del análisis realizado hemos llegado a las siguientes conclusiones. Primera, que es posible identificar en la clásica división en tres etapas de la obra poética juanramoniana los rasgos típicos del proceso místico. Este hallazgo tendría múltiples implicaciones hermenéuticas, ya que revela la posible existencia de un sustrato más profundo íntimamente vinculado con su producción poética. Segunda, que Juan Ramón Jiménez padeció a lo largo de su vida síntomas compatibles con un trastorno depresivo melancólico, los cuales pueden rastrearse tanto en sus relatos autobiográficos como líricos»…
La guerra civil
Al igual que muchos de sus contemporáneos, Jiménez fue un férreo defensor de la República. En consecuencia, con el triunfo de las fuerzas sublevadas que condujeron a Francisco Franco al poder en 1936, debió escapar al exilio para salvar su vida. Nunca más regresó a España; vivió en Washington, La Habana, Miami y Riverdale, hasta instalarse por último en San Juan de Puerto Rico.
Platero y yo: la transición de un gran artista
Además de ser una pieza icónica de la literatura castellana, Platero y yo representa un antes y un después dentro de la poesía de Jiménez. Pues se alejó del estilo típico modernista —en donde las formas predominaban sobre los sentimientos— hacia una escritura cuyo contenido cede el protagonismo a las experiencias y emociones reales.
El propio autor, en una de las páginas finales, anuncia esta transición sin tapujos. Valiéndose para ello de una metáfora, uno de los recursos más empleados en toda la obra: “¡Qué regocijo debe ser volar así!” (como una mariposa). “Será como es para mí, poeta verdadero, el deleite del verso” (…) “Mírala, ¡qué delicia volar así, pura y sin ripio!”.
La adjetivación al máximo
Junto con las metáforas, otra de las “estrategias” usadas por el poeta para dar forma a sus líneas y atrapar al público, fue la adjetivación férrea. Esto confirió a sus escenarios detalles sumamente minuciosos. Por consiguiente, hasta el más descuidado de los lectores no enfrenta demasiados problemas para verse justo en medio de los paisajes campestres de la Andalucía de 1900.
Semejante densidad descriptiva es evidente en el siguiente segmento de las líneas iniciales: “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría que es de algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro” (…) “Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña…, pero seco y fuerte por dentro como una piedra”.
Un cuento para niños (que no es un cuento para niños)
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Desde su publicación original en 1914, Platero y yo fue tomado por el público como una historia para niños. No obstante, el propio Jiménez rápido salió al paso a esa afirmación. Específicamente, el poeta andaluz lo aclaró en el prologuillo de una segunda edición. Al respecto señala:
“Suele creerse que yo escribí Platero y yo para los niños, que es un libro para niños. No (…) Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para… ¡qué sé yo para quien! (…) Ahora que va a los niños, no le pongo ni le quito una coma ¡Qué bien! (…) Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo que el niño puede leer libros que lee el hombre, con determinadas excepciones que a todos se nos ocurren. También habrá excepciones para hombres y para mujeres, etc.”…
De la vida y de la muerte
La vida plena, hermosa y brillante, plasmada por el autor mediante los colores y la calidez del verano para enmarcar el inicio de su obra. Luego, el desarrollo del texto no lleva una sucesión cronológica de hechos, aunque si queda claro que el tiempo se mueve hacia adelante como parte de un ciclo infinito. El final de este periplo —su cierre, el ocaso— está representado por el otoño y el invierno.
Pero la vida no termina ni siquiera con la muerte. El fin —lo cual el narrador asegura que no ocurrirá con Platero— llega con el olvido. Mientras los recuerdos estén vivos, una nueva flor resurgirá y germinará sobre la tierra. Y con ella, regresará la primavera.
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