Tolstoi. Aniversario de su nacimiento. Algunos fragmentos
A Lev Tolstoi hay que leerlo al menos una vez en la vida. En cualquier de sus obras. Desde sus aforismos hasta sus grandes novelas como uno de los escritores más importantes de la literatura universal. Pero hay que leerlo. Y en un nuevo aniversario de su nacimiento el 9 de septiembre de 1828 es lo mejor que se puede hacer. Así que ahí van algunos fragmentos de sus títulos más reconocidos.
Historia de un caballo (1886)
“Comprendí muy bien lo que decían acerca de los azotes y del cristianismo. Pero quedó completamente oscura para mí, por aquel entonces, la palabra su, por la que pude deducir que la gente establecía un vínculo entre el jefe de las caballerizas y yo. Entonces no pude comprender de modo alguno en qué consistía aquel vínculo. Solo mucho después, cuando me separaron de los demás caballos, me expliqué lo que significaba aquello. En esa época, no era capaz de entender lo que significaba el que yo fuera propiedad de un hombre. Las palabras mi caballo, que se refería a mí, a un caballo vivo, me resultaban tan extrañas como las palabras: mi tierra, mi aire, mi agua.
Aforismos
Llegará un día en el que los hombres dejarán de combatirse, de hacerse la guerra, de condenar a las personas a muerte; un día en el que se amarán los unos a los otros. Y ese momento llegará ineludiblemente, porque en el alma de todos los hombres se ha implantado el amor por sus semejantes, y no el odio. Hagamos cuanto podamos para acelerar la llegada de ese momento.
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Si vives entre la gente, no olvides lo que aprendiste en soledad. Y cuando estés en soledad, medita aquello que aprendiste de tus relaciones con la gente.
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Si vives entre la gente, no olvides lo que aprendiste en soledad. Y cuando estés en soledad, medita aquello que aprendiste de tus relaciones con la gente.
Ana Karenina
«Mi amor se vuelve por momentos más apasionado y más orgulloso mientras que el suyo está apagándose; y así nos alejamos el uno del otro; y nada podemos hacer para cambiar esta situación. Para mí, él lo es todo y exijo que se me entregue completamente, en cambio él tiende más y más a alejarse de mí. Antes de nuestras relaciones íbamos uno al encuentro del otro y ahora nos dirigimos irresistiblemente por caminos opuestos. Y es imposible que cambiemos. Él me dice, y yo misma me lo he dicho, que estoy tontamente celosa. No es verdad: no estoy celosa: estoy descontenta.
La muerte de Iván Ilich
Iván Ilích veía que se estaba muriendo y se hallaba en un continuo estado de desesperación. En el fondo de su alma sabía que se estaba muriendo, pero no solo no se acostumbraba a ello; simplemente, no podía entenderlo… No puede ser que la vida sea tan sin sentido, tan asquerosa. Si es cierto que la vida es tan asquerosa y tan sin sentido, entonces ¿para qué morir y morir sufriendo? No, aquí falta algo. «A lo mejor no he vivido como debía», se decía, e inmediatamente apartaba de sí esa única solución del misterio de la vida y de la muerte como algo absolutamente imposible… Buscó en su interior el acostumbrado miedo a la muerte y no lo encontró.
-Dónde está Ella? ¿Qué muerte? -No había miedo porque tampoco había muerte. En lugar de la muerte había luz.
-Así que es eso -dijo de repente en voz alta-. ¡Qué alegría!
-¡Se terminó! -dijo alguien encima de él.
Iván Illich oyó estas palabras y las repitió en el fondo de su alma.
-La muerte ha terminado -se dijo-. No existe más.
Aspiró el aire, se detuvo en medio del suspiro, se desperezó y murió.
Guerra y paz
Pierre entró en el despacho. El príncipe Andréi, a quien halló muy cambiado, vestía de paisano. Indudablemente parecía haber mejorado de salud, pero tenía una nueva arruga vertical en la frente, entre las cejas; hablaba con su padre y el príncipe Mescherski y discutía con energía y pasión. Hablaban de Speranski: la noticia de su súbito destierro y supuesta traición acababa de llegar a Moscú.
—Ahora lo juzgan y lo culpan todos aquellos que hace un mes lo ensalzaban y aquellos que no eran capaces de comprender sus fines —decía el príncipe Andréi—. Es muy fácil juzgar al caído en desgracia y achacarle todos los errores ajenos. Pero yo les digo que si algo bueno se ha hecho durante este reinado, a él se lo debemos y a nadie más.
Se detuvo cuando vio a Pierre. En su rostro hubo un ligero estremecimiento y al instante adoptó una expresión adusta.
—La posteridad le hará justicia—terminó, y se volvió a Pierre—: ¡Hola! ¿Cómo estás? ¡Sigues engordando! —sonrió animadamente. Pero la arruga reciente de su frente se hizo más profunda.
Pierre le preguntó por su salud.
—Estoy bien —dijo el príncipe con una sonrisa irónica, y Pierre leyó claramente en la sonrisa de Andréi: «Estoy bien, es cierto, pero a nadie le importa mi salud».
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